viernes, 12 de septiembre de 2014

Lácudra, el vampiro



¡Atención!. ¡Un vampiro!. La realidad aporta nuevos modelos …
Susana Llahí

Cristian Vélez, como dramaturgo y director, nos ha acostumbrado a piezas con fuerte contenido metafórico, para ello, ha recurrido a los mitos: tal es el caso de La tierra de Rucribentián y Rucribentián 2.0, el encuentro con el dragón (2006); a temas consagrados por la literatura: La leyenda del Rey Arturo (2008); a Frankenstein, obra con rasgos de terror gótico, con una muy buena adaptación en La sorprendente historia de Víctor Frankenstein (2010); a una excelente creación donde revaloriza el papel la historia, la tradición y la memoria, en El pueblo de la memoria perdida (2012) y finalmente, este año, a una nueva adaptación de la novela que dio vida a Drácula el famosísimo vampiro, con Lácudra, el vampiro. Siempre con el deseo de exaltar los valores que deben estar presentes en la convivencia: la solidaridad con el más débil, el derecho a la libertad para decidir, la memoria como fuente de aprendizaje, el derecho a preservar el medio ambiente, evitar la usura y la depredación que realizan quienes manejan los grandes intereses del mundo.
            Jonathan visita la estancia “La Sangría” para tratar un asunto de negocios con el gerente de una empresa multinacional llamada “Transilvania”, dedicada a la explotación de la soja transgénica. Se encuentra con que este gerente es el conde Lácudra, quien aspira a casarse con su prometida porque su padre es propietario de un interesante latifundio. El conde tiene un simpatiquísimo y mentiroso ayudante y la enamorada de Jonathan tiene una muy simpática amiga.
            En la estructura de la pieza se presentan los elementos opuestos que caracterizan el universo infantil: lo bueno-lo malo; lo justo y lo injusto y en medio de todo, la presencia del “héroe”, que en realidad posee las características del antihéroe moderno: siento miedo, se esconde, balbucea cuando defiende sus principios, en fin … es humano. Y esto agrada a los chicos, como de alguna manera también se sienten atraídos hacia el tramposo y mentiroso sirviente. La pieza deja bien en claro que la maldad necesita de inteligencia, los chicos sienten esa doble empatía de atracción y rechazo. Los personajes negativos generan aplauso y abucheos, de la misma manera que genera adhesión el personaje honesto. Personajes tan bien delineados que los niños pueden extraer sin dificultad lo repudible del accionar de Lácudra, su deseo de “chupar la sangre”, más que de un cuello, de todo un pueblo. Contextualmente, el tema de la soja transgénica no le resulta extraño al niño, no obstante, si por la edad no llega a comprenderlo, el “vampirismo” queda claro con todas sus implicancias. Finalmente, el bien triunfa sobre el mal y el extorsivo Lácudra recibe su castigo.
            Cristian Vélez amplía el espacio escénico utilizando la platea en algunas escenas. Por ejemplo, la carreta que ingresa por el pasillo a las tierras del castillo, parece avanzar mientras gira su rueda. Un precioso efecto de movimiento. En otras escenas la persecución se desarrolla entre las butacas, los pequeños se sienten involucrados, se entusiasman y participan guiando a los personajes. Actuación teatralista con procedimientos que varían entre lo cómico y lo caricaturesco, generados por la comicidad del gesto, de las situaciones o del lenguaje. Tal es el caso de Jonathan cuando quiere eliminar a Lácudra y tembloroso esgrime los elementos “clave” para matar a un vampiro: ajo-agua bendita y cruz, accionar coronado por un rotundo fracaso. O cuando Jonathan insiste en que el ayudante de Lácudra es el conductor de la carreta, la mecanicidad causada por la repetición es sumamente cómica. O cuando una palabra es tomada en sentido literal, y en realidad fue empleada en sentido metafórico, la pieza tiene un interesante juego con el lenguaje, ya desde el mismo título: Drácula- Lácudra. Los títeres, personajes relatores, resultan muy atractivos para los chicos. La música de Marcelo Fandiño nos ubica en el espacio campero en el momento del gato y la milonga, acrecienta el entusiasmo de los chicos con el rap y regatón, ritmos muy bonitos, pegadizos y sobre todo, con muy buena vocalización (todas las letras se entienden a la perfección). La ambientación remite al castillo y a la bóveda de Lácudra, espacios que el cine se encargó que fueran más que conocidos por los chicos. Muy bueno el vestuario y la confección de los muñecos.
            Cristian Vélez, joven director y dramaturgo, que crece en cada una de sus realizaciones.
             
Ficha técnica:
El grupo “La pared invisible” presenta: Lácudra, el vampiro, adaptación de Cristian Velez. Teatro: Carlos Carella. Bartolomé Mitre 970. T.E.: 4345-8774 – Sábados y domingos a las 16 hs.