jueves, 3 de julio de 2014

Teatro para niños su historia desde los orígenes



 Teatro para niños su historia desde los orígenes
Susana Llahí
María de los Ángeles Sanz

El teatro en Buenos Aires tuvo primero al niño en el teatro como participe del espectáculo y luego como espectador específico del mismo. Los niños en las compañías en la etapa colonial y más tarde a partir de la Revolución de Mayo, fueron junto con sus padres integrantes activos de una labor  trashumante, circos y tablados de volatineros o en elencos estables en La Ranchería (1783/1792) o El Coliseo Provisional. (1804/1838) después. De este modo, las hijas de la actriz paradigmática de la etapa Rivadaviana, Trinidad Guevara: Domitila y Laurentina tuvieron su momento de actuación en los escenarios porteños:

(…) siguiendo la interesante costumbre, común en muchos artistas del siglo pasado, de iniciar a los hijos desde temprana edad en los secretos del oficio. Así, durante la época de Rosas, actuaron los de Antonina Montes de Oca, de Casacuberta, de González (Santiago), de González (Antonio), de Quijano y otros. (Castagnino, 83)

Sin embargo, estas actividades de los niños actores no estaban destinadas a un espectador específico, para confirmar esta apreciación reproducimos una crítica de la época aparecida en el British Packet, número 322, del 20/10/1832:

Domitila es hermosa como un ángel. Estaba vestida muy bien, de gasa blanca y con una rosa del mismo color prendida en su ensortijado cabello junto a una peineta de regulares dimensiones. Usó su abanico con destreza de mujer. En el ‘duetto’ clavó sus ojos brillantes en el galán, y contestando a los reproches de mujer tirana, le convenció con gran ingenuidad, mostrándole que sus enojos eran ridículos y que esperaba de él una cadena para no poder alejarse de su lado. El público rió en grande y pidió que el ‘duetto’ fuera bisado. Domitila es una dulce chiquilla que no ha de tardar mucho, como Hodge dice, en llenar de angustias a algún pobre hombre. (Representa entre 8 y 9 años)

Pareciera que las primeras expresiones artísticas teatrales de la que pudieron participar los niños fueron las actividades circenses. En 1785, Joaquín Oláez y Gacitúa desarrollaba en su circo ubicado en el barrio de San Nicolás sus destrezas como “volatinero, juglar, saltimbanqui y prestímano”. Poco después Joaquín Duarte con su compañía presenta “habilidades de Matemáticas y Física y equilibrios y otros juegos de Manos y bailes” (Seibel, 42). Estas actividades son similares, al menos en su forma de enunciación, a las que desarrollarían en su primera parte las presentaciones del Teatro Infantil Lavardén. Después de la Revolución de 1810, (en 1813) y debido a que la Asamblea del año XIII había derogado desde marzo de ese año el trabajo obligatorio para los indios; para las fiestas Mayas, el 28 de mayo se presenta antes de la función del Siripo, una comparsa de niños entonando la canción patria, vestidos de indios. Por otra parte, entre 1820 y 1826 se presentaba en Buenos Aires el clown inglés Francis Bradley, ‘jinete y payaso’ haciendo funciones los domingos por la tarde y los días de ‘Fiestas religiosas’ en el Circo Olimpo. La crítica de la época destaca una de sus presentaciones, la que lleva adelante como espectáculo de volatinería o baile de cuerda, donde intervenían una mujer, un niño y un payaso (el mismo Bradley). Niñas /niños bailarines, parteneirs de magos e ilusionistas1, músicos como el  niño violinista Demetrio Rivero que realizaba sus presentaciones en la compañía Laforest en abril y mayo de 1834. En el teatro Coliseo Provisional, un año después se presenta la Primera Compañía de Volatineras Criollas, ‘Las tres niñas argentinas’, que luego llevaran su espectáculo al Jardín del Retiro, donde también bailaban las niñas Guillermina y Carolina, danzas criollas junto a Gervasio Macías, corría ya el año 1838, pleno segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas, momento en que crecían los espectáculos populares, se abrían nuevos teatros como el de La Victoria y el Buen Orden, y era habitual la llegada circos extranjeros.
El primer espectáculo que se tenga referencia cuyo espectador específico era el niño fue el que llevó adelante desde 1812 a 1820 un cómico itinerante llamado el Loco de la Escopeta que entretenía a los niños con su especialidad que era el llanto. El diálogo favorito del público era:

                     -¿Llorás, escopeta?
                        -Sí, pum, pum, pum.

Unos años después en 1831 los Smolzi, en un pequeño café – teatro, llamado Teatro Romano, que estaba ubicado en Florida y Paraguay  realizaron comedias con títeres. Las funciones se desarrollaban por la tarde y con precios especiales para niños. En el marco de la sociedad post – Rosas y como una de las tantas compañías extranjeras que ingresaron al país en aquellos años, se presentó en el Teatro Victoria en 1860, la Compañía Española de Rita Carbajo, cuyo empresario era su marido, Juan Berenguer, con cinco de sus seis hijos nacidos en el país, formará una compañía infantil. Dos años después, la educadora Adela Zucarelli, escribe una comedia para ser representada por niños entre 9 a 11 años, alumnas de su colegio Italo- Franco- Argentino, con los mismos realizaba teatro durante varios años (De Diego 1975: 383/4) En todo el país, no sólo en la ciudad de Buenos Aires, la presencia de las compañías infantiles comenzaban a ser una realidad, corría el año 1865 cuando se presentó entre los meses de junio y octubre la compañía infantil de Niños Florentinos, que ya se había presentado en Buenos Aires en enero del mismo año, interpretando zarzuelas y bailes. Con ellos estrena Pedro Rivas dos obras: La hermana de caridad y el juguete cómico escrito expresamente, Los pretendientes de Julia. De origen gallego es el periodista, político y poeta Manuel López Lorenzo, quien se dedicó a la docencia entre 1866 y 1874 en Chivilcoy y se dedicó a escribir obras para niños con música del compositor vasco Aquilino Fernández que se presentaron con fines benéficos por compañías infantiles en Chivilcoy y Mercedes. (De Diego, 1980, 9/16) Esta voluntad de integrar el teatro para niños a todos los escenarios, al igual que el teatro para adultos, es la que llevaron adelante los sacerdotes salesianos, quienes llegaron al país en 1875. Un año después comenzarían las representaciones dramáticas con sus alumnos como actores en el ámbito del Colegio San Carlos de Tacuarí y San Juan, cuyo destinatario eran las familias, para luego extender su trabajo a las cincuenta y cuatro casas que tenían en el interior del país, ‘en cada una de las cuales hay siempre un teatro’. Se interpretaban obras de Don Bosco y de autores locales, varios religiosos escribían piezas breves: sainetes, zarzuelas, monólogos y entremeses. Las pantomimas y los títeres eran también espectáculos que se dirigían para un público infantil que se podría afirmar que comenzaba a tomar una dimensión específica. En la misma década aparece la primera revista para niños, “La Estrella Matutina”, de 1867, que tenía lecturas de enseñanza moral y religiosa, textos científicos y sobre higiene y urbanidad.

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