Teatro para
niños su historia desde los orígenes
Susana Llahí
María de los Ángeles Sanz
El teatro en Buenos Aires tuvo primero al niño en el
teatro como participe del espectáculo y luego como espectador específico del
mismo. Los niños en las compañías en la etapa colonial y más tarde a partir de la Revolución de Mayo,
fueron junto con sus padres integrantes activos de una labor trashumante, circos y tablados de volatineros
o en elencos estables en La
Ranchería (1783/1792) o El Coliseo Provisional. (1804/1838)
después. De este modo, las hijas de la actriz paradigmática de la etapa
Rivadaviana, Trinidad Guevara: Domitila y Laurentina tuvieron su momento de actuación
en los escenarios porteños:
(…) siguiendo la interesante costumbre,
común en muchos artistas del siglo pasado, de iniciar a los hijos desde
temprana edad en los secretos del oficio. Así, durante la época de Rosas,
actuaron los de Antonina Montes de Oca, de Casacuberta, de González (Santiago),
de González (Antonio), de Quijano y otros. (Castagnino, 83)
Sin embargo, estas actividades de los niños actores no
estaban destinadas a un espectador específico, para confirmar esta apreciación
reproducimos una crítica de la época aparecida en el British Packet, número 322, del 20/10/1832:
Domitila es hermosa como un ángel. Estaba vestida muy
bien, de gasa blanca y con una rosa del mismo color prendida en su ensortijado
cabello junto a una peineta de regulares dimensiones. Usó su abanico con
destreza de mujer. En el ‘duetto’ clavó sus ojos brillantes en el galán, y
contestando a los reproches de mujer
tirana, le convenció con gran ingenuidad, mostrándole que sus enojos eran
ridículos y que esperaba de él una cadena para no poder alejarse de su lado. El
público rió en grande y pidió que el ‘duetto’ fuera bisado. Domitila es una
dulce chiquilla que no ha de tardar mucho, como Hodge dice, en llenar de
angustias a algún pobre hombre. (Representa entre 8 y 9 años)
Pareciera que las primeras expresiones artísticas
teatrales de la que pudieron participar los niños fueron las actividades
circenses. En 1785, Joaquín Oláez y Gacitúa desarrollaba en su circo ubicado en
el barrio de San Nicolás sus destrezas como “volatinero, juglar, saltimbanqui y
prestímano”. Poco después Joaquín Duarte con su compañía presenta “habilidades
de Matemáticas y Física y equilibrios y otros juegos de Manos y bailes”
(Seibel, 42). Estas actividades son similares, al menos en su forma de
enunciación, a las que desarrollarían en su primera parte las presentaciones
del Teatro Infantil Lavardén. Después de la Revolución de 1810, (en
1813) y debido a que la
Asamblea del año XIII había derogado desde marzo de ese año
el trabajo obligatorio para los indios; para las fiestas Mayas, el 28 de mayo
se presenta antes de la función del Siripo,
una comparsa de niños entonando la canción patria, vestidos de indios. Por
otra parte, entre 1820 y 1826 se presentaba en Buenos Aires el clown inglés
Francis Bradley, ‘jinete y payaso’ haciendo funciones los domingos por la tarde
y los días de ‘Fiestas religiosas’ en el Circo Olimpo. La crítica de la época
destaca una de sus presentaciones, la que lleva adelante como espectáculo de
volatinería o baile de cuerda, donde intervenían una mujer, un niño y un payaso
(el mismo Bradley). Niñas /niños bailarines, parteneirs de magos e ilusionistas1, músicos como el niño violinista Demetrio Rivero que realizaba
sus presentaciones en la compañía Laforest en abril y mayo de 1834. En el
teatro Coliseo Provisional, un año después se presenta la Primera Compañía de Volatineras
Criollas, ‘Las tres niñas argentinas’, que luego llevaran su espectáculo al
Jardín del Retiro, donde también bailaban las niñas Guillermina y Carolina,
danzas criollas junto a Gervasio Macías, corría ya el año 1838, pleno segundo
gobierno de Juan Manuel de Rosas, momento en que crecían los espectáculos
populares, se abrían nuevos teatros como el de La Victoria y el Buen Orden,
y era habitual la llegada circos extranjeros.
El primer espectáculo que se tenga referencia cuyo
espectador específico era el niño fue el que llevó adelante desde 1812 a 1820 un cómico
itinerante llamado el Loco de la
Escopeta que entretenía a los niños con su especialidad que
era el llanto. El diálogo favorito del público era:
-¿Llorás,
escopeta?
-Sí, pum, pum, pum.
Unos años después en 1831 los Smolzi, en un pequeño
café – teatro, llamado Teatro Romano, que estaba ubicado en Florida y Paraguay realizaron comedias con títeres. Las funciones
se desarrollaban por la tarde y con precios especiales para niños. En el marco
de la sociedad post – Rosas y como una de las tantas compañías extranjeras que
ingresaron al país en aquellos años, se presentó en el Teatro Victoria en 1860,
la Compañía Española
de Rita Carbajo, cuyo empresario era su marido, Juan Berenguer, con cinco de
sus seis hijos nacidos en el país, formará una compañía infantil. Dos años
después, la educadora Adela Zucarelli, escribe una comedia para ser
representada por niños entre 9 a
11 años, alumnas de su colegio Italo- Franco- Argentino, con los mismos
realizaba teatro durante varios años (De Diego 1975: 383/4) En todo el país, no
sólo en la ciudad de Buenos Aires, la presencia de las compañías infantiles
comenzaban a ser una realidad, corría el año 1865 cuando se presentó entre los
meses de junio y octubre la compañía infantil de Niños Florentinos, que ya se
había presentado en Buenos Aires en enero del mismo año, interpretando
zarzuelas y bailes. Con ellos estrena Pedro Rivas dos obras: La hermana de caridad y el juguete
cómico escrito expresamente, Los
pretendientes de Julia. De origen gallego es el periodista, político y
poeta Manuel López Lorenzo, quien se dedicó a la docencia entre 1866 y 1874 en
Chivilcoy y se dedicó a escribir obras para niños con música del compositor
vasco Aquilino Fernández que se presentaron con fines benéficos por compañías
infantiles en Chivilcoy y Mercedes. (De Diego, 1980, 9/16) Esta voluntad de
integrar el teatro para niños a todos los escenarios, al igual que el teatro
para adultos, es la que llevaron adelante los sacerdotes salesianos, quienes
llegaron al país en 1875. Un año después comenzarían las representaciones
dramáticas con sus alumnos como actores en el ámbito del Colegio San Carlos de
Tacuarí y San Juan, cuyo destinatario eran las familias, para luego extender su
trabajo a las cincuenta y cuatro casas que tenían en el interior del país, ‘en
cada una de las cuales hay siempre un teatro’. Se interpretaban obras de Don
Bosco y de autores locales, varios religiosos escribían piezas breves:
sainetes, zarzuelas, monólogos y entremeses. Las pantomimas y los títeres eran
también espectáculos que se dirigían para un público infantil que se podría
afirmar que comenzaba a tomar una dimensión específica. En la misma década
aparece la primera revista para niños, “La Estrella Matutina”,
de 1867, que tenía lecturas de enseñanza moral y religiosa, textos científicos
y sobre higiene y urbanidad.
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